
El panorama financiero para estas obras públicas es complejo. Tradicionalmente, la financiación proviene de fondos públicos centralizados y asignaciones regionales, a menudo insuficientes frente a la magnitud del desafío. Se exploran activamente modelos de financiamiento alternativos, incluyendo alianzas público-privadas (APP) para la construcción y gestión de instalaciones multiuso, que puedan servir como centros comunitarios en tiempos normales y transformarse rápidamente en albergues o centros de acopio en emergencias. La emisión de bonos verdes o bonos de resiliencia, que canalizan capital hacia proyectos que reducen la vulnerabilidad ante el cambio climático y otros desastres, emerge como una alternativa prometedora para complementar los presupuestos estatales.
En el ámbito internacional, países como Japón ofrecen modelos de referencia en resiliencia sísmica. Sus códigos de construcción son de los más estrictos a nivel global, y su red de albergues designados –a menudo escuelas y gimnasios con estructuras reforzadas y provisiones pre-posicionadas– es un ejemplo de preparación integral financiada a través de una combinación de impuestos nacionales y locales con un fuerte compromiso ciudadano. De manera similar, en California, Estados Unidos, programas de retrofitting sísmico y la construcción de centros de operaciones de emergencia se financian mediante bonos de infraestructura y fondos federales gestionados por la FEMA, demostrando la necesidad de un enfoque multi-fuente y de largo plazo. La Unión Europea, por su parte, prioriza la coordinación transnacional y el desarrollo de instalaciones modulares y desplegables rápidamente, enfocándose en la adaptabilidad a diferentes tipos de crisis, desde humanitarias hasta climáticas.
Las proyecciones futuras para Chile son inequívocas. El avance del cambio climático augura un incremento en la frecuencia e intensidad de eventos meteorológicos extremos, modificando los patrones de riesgo y demandando una reevaluación de la ubicación y diseño de estas infraestructuras. El crecimiento urbano y la densificación poblacional en zonas de riesgo, como las costeras o precordilleranas, exigen una expansión y modernización de la capacidad instalada. La integración de tecnologías, como sistemas inteligentes de gestión de inventarios para centros de acopio o diseños autosuficientes energéticamente para albergues, será crucial para optimizar la eficiencia y la autonomía operativa. El desafío radica en asegurar una asignación presupuestaria sostenida y estratégica que permita no solo construir nuevas instalaciones, sino también mantener, modernizar y adaptar las existentes, garantizando que el costo de la preparación no se perciba como un gasto superfluo, sino como la inversión más sensata y rentable para la seguridad y el futuro socioeconómico del país.