El pulso de la naturaleza, alterado y acelerado por décadas de impacto humano, resuena hoy con una urgencia palpable en cada rincón del planeta, y Argentina no es la excepción. Nuestra nación, miembro clave del Mercosur y poseedora de ecosistemas de valor incalculable, se encuentra en un punto crítico donde la infraestructura para la protección ambiental ha dejado de ser una opción deseable para convertirse en una necesidad imperiosa. Sin embargo, un análisis detenido de la política y ejecución de obra pública en este ámbito revela una brecha preocupante entre el discurso y la acción concreta, desafiando la capacidad del país para resguardar su patrimonio natural y la calidad de vida de sus ciudadanos ante un escenario climático cada vez más adverso y demandante.
La retórica gubernamental, tanto a nivel nacional como subnacional, ha abrazado consistentemente la causa ambiental. No obstante, la materialización de dicho compromiso en proyectos de infraestructura pública de envergadura, que realmente impacten en la mitigación y adaptación al cambio climático, presenta un panorama sumamente complejo y, a menudo, deficiente. Estudios comparativos dentro del bloque Mercosur, realizados por entidades como el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y la CEPAL, han señalado que Argentina arrastra un déficit histórico en inversión per cápita en infraestructura hídrica y de saneamiento, crucial para la protección ambiental. La capacidad instalada de tratamiento de aguas residuales, por ejemplo, sigue siendo insuficiente en grandes aglomerados urbanos, derivando en la contaminación de cuerpos de agua y comprometiendo ecosistemas vitales.
Más allá del saneamiento, la infraestructura de gestión de residuos sólidos urbanos y la protección contra eventos hidrometeorológicos extremos –cada vez más frecuentes y virulentos– demandan una planificación a largo plazo que trascienda los ciclos políticos. Proyectos de defensa costera, obras de regulación de cuencas fluviales y la modernización de la matriz energética con infraestructura de transmisión y distribución adaptada a fuentes renovables, se encuentran con limitaciones presupuestarias crónicas y una ejecución fragmentada. La ausencia de una ley marco de financiamiento ambiental a largo plazo, sumada a la volatilidad macroeconómica, impide la concreción de obras estratégicas que, por su naturaleza, requieren décadas de inversión sostenida y una visión de Estado. La adopción de tecnologías limpias y de vanguardia en la construcción de estas infraestructuras también se ve rezagada, perdiendo la oportunidad de integrar soluciones con menor huella de carbono y mayor eficiencia operativa. Es un desafío para la ingeniería y la arquitectura nacionales trascender la coyuntura y proponer modelos de infraestructura resiliente, pero la voluntad política y los mecanismos de financiamiento son el cimiento indispensable. La exigencia regional y global ya no permite dilaciones: la infraestructura para la protección ambiental no es un gasto, sino una inversión ineludible en el futuro de Argentina y de la región.