
A nivel mundial, la visión de fábricas produciendo componentes estructurales y unidades habitacionales completas es una realidad consolidada en mercados maduros. Países como Japón, donde aproximadamente el 15% de su edificación residencial utiliza técnicas modulares, o el Reino Unido, que ambiciona alcanzar un 20% de construcción off-site para 2030, demuestran un compromiso estatal y privado sustancial. En Estados Unidos, el mercado de construcción modular experimentó un crecimiento anual del 6.5% entre 2017 y 2022, evidenciando una curva de adopción ascendente impulsada por la escasez de mano de obra y la necesidad de eficiencia. Estas cifras contrastan con la realidad de muchas economías emergentes, donde la adopción se da de manera más fragmentada y con desafíos específicos de escala y adaptación.
Uno de los principales frenos productivos es la fragmentación de la cadena de suministro. La inversión en plantas de prefabricación de alto volumen requiere una demanda sostenida y estandarizada, algo que el mercado chileno, con su predilección por la personalización y la falta de economías de escala robustas, aún no garantiza plenamente. El factor cultural también juega un rol preponderante; existe una resistencia inherente a ‘lo prefabricado’ por parte de algunos consumidores y, en ocasiones, por parte de la mano de obra tradicional, que percibe estas metodologías como una amenaza o requiere una re-capacitación que no siempre se ofrece adecuadamente. Casos emblemáticos, como algunos proyectos de construcción de escuelas post-desastre natural que optaron por la modularidad, mostraron eficiencia en los tiempos, pero a menudo enfrentaron críticas sobre la calidad percibida de los acabados o la durabilidad a largo plazo en comparación con la construcción tradicional, alimentando un escepticismo inicial.
Desde una perspectiva productiva, la industrialización ofrece claras ventajas en control de calidad, reducción de residuos en obra (hasta un 70% menos en algunos casos, según estudios globales), y mitigación de la escasez de mano de obra calificada. Sin embargo, su implementación exitosa en Chile no pasa por una mera importación de modelos, sino por una adaptación crítica y estratégica. Esto implica una mayor inversión en I+D local, la estandarización de componentes, la formación de capital humano con nuevas competencias y una articulación más robusta entre la demanda pública y la oferta privada. Solo así la construcción industrializada trascenderá de ser una ‘tendencia aspiracional’ a una ‘estrategia productiva consolidada’ en el panorama chileno.