Imaginen un Chile donde cada kilómetro de carretera recién asfaltada no solo acorta distancias, sino que desvela paisajes vírgenes, donde un puente no es solo una estructura, sino un portal hacia experiencias inolvidables. En este vibrante 2025, eso ya no es una fantasía, es la realidad palpable de una estrategia nacional que entiende el valor de la obra pública como el cimiento fundamental para un turismo productivo y de alto impacto. Nuestro país, con su geografía única y deslumbrante, ha decidido pisar el acelerador, transformando el asfalto y el hormigón en invitaciones directas a la aventura y al descubrimiento, consolidando la visión de un Chile más conectado y accesible para viajeros nacionales e internacionales.
No estamos hablando de meras mejoras; hablamos de una auténtica recalibración de cómo concebimos el viaje y la experiencia turística. Proyectos como la expansión de la Ruta 7 en la Patagonia, con sus nuevos tramos pavimentados y puentes robustos, están redefiniendo el acceso a parques nacionales antes solo alcanzables por aventureros extremos, democratizando paisajes que son patrimonio de la humanidad. Y no nos quedamos solo en el sur; el norte árido ve nacer rutas escénicas que conectan observatorios astronómicos de clase mundial con la riqueza cultural de sus pueblos originarios, mientras la zona central moderniza sus accesos a viñedos y centros de montaña con infraestructuras que garantizan seguridad y eficiencia.
Este empuje no solo optimiza la movilidad interna; es una movida estratégica que resuena con fuerza en el concierto del Mercosur. Con nuevas aduanas integradas y la mejora sustancial de corredores bioceánicos, Chile se posiciona como una puerta de entrada y salida clave para viajeros de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Piensen en un turista brasileño que ahora puede recorrer la Ruta de los Lagos con mayor facilidad, o un argentino que cruza la cordillera para disfrutar de las playas chilenas con una experiencia vial de primer nivel. Esto no solo genera un flujo de visitantes exponencial, sino que dinamiza las economías locales de punta a punta, impulsando el desarrollo de pequeños emprendedores turísticos y la creación de empleo en cada rincón.
El impacto a futuro es colosal: estamos sentando las bases para que el turismo se diversifique, alejándose de los destinos tradicionales y repartiendo la riqueza por todo el territorio. La obra pública, desde el diseño de aeropuertos regionales más eficientes hasta la construcción de pasarelas peatonales que realzan la belleza urbana de nuestras ciudades costeras, no es un gasto, es la inversión más inteligente en nuestro futuro como potencia turística. Es la promesa de que Chile no solo tiene paisajes, sino también la infraestructura para que el mundo los viva plenamente, de forma productiva y memorable.