
31/08/2025 l Obra pública
Este giro no es meramente estético o funcional; es fundamentalmente una cuestión de seguridad pública y resiliencia nacional. Estudios recientes, como los presentados en foros especializados de ingeniería civil, sugieren que un porcentaje significativo de la infraestructura crítica del país –desde puentes y viaductos hasta hospitales y escuelas públicas– opera con niveles de mantenimiento subóptimos, acumulando un “déficit oculto” que se traduce en un riesgo potencial inaceptable. La coyuntura económica y social actual, con sus presiones presupuestarias, paradójicamente acentúa la necesidad de una gestión más inteligente y preventiva, en lugar de reactiva.
No se trata solo de parches temporales o reparaciones de emergencia. La rehabilitación de infraestructuras existentes exige una reflexión estratégica profunda que contemple ciclos de vida, materiales, tecnologías de monitoreo y, crucialmente, la financiación a largo plazo. Es un imperativo cauto, que prioriza la inversión anticipada en la prolongación de la vida útil de nuestros activos, frente a los costos exponencialmente mayores –humanos y económicos– de los colapsos estructurales o interrupciones masivas de servicios.
La experiencia internacional, adaptada a la idiosincrasia y la dispersión geográfica de Argentina, indica que la descentralización de ciertas responsabilidades de inspección y mantenimiento, junto con la capacitación de personal técnico local, podría optimizar la respuesta. Sin embargo, el punto más crítico reside en la asignación presupuestaria. Se requiere establecer fondos específicos e intangibles para mantenimiento y rehabilitación, blindados contra vaivenes políticos y económicos, y explorar esquemas de participación público-privada que garanticen la continuidad de estas inversiones.
En última instancia, la rehabilitación de la infraestructura existente no es un gasto, sino una inversión estratégica en la seguridad, la productividad y la calidad de vida de los ciudadanos argentinos. Adoptar una postura cautelosa, basada en la prevención y la planificación a largo plazo, es el único camino viable para asegurar que las arterias de nuestra nación continúen latiendo con la solidez necesaria para el progreso sostenido. La reflexión y la acción deben ser inmediatas, antes de que el “desgaste silencioso” deje de serlo para transformarse en una emergencia ruidosa y devastadora.