
Nuestros proyectos actuales, como los que se están desplegando en la periferia de Montevideo y en ciudades del interior como Salto y Paysandú, priorizan la extensión de redes de agua potable y saneamiento, la pavimentación de calles para reducir el polvo y facilitar el acceso a servicios de emergencia, y la creación de plazas y parques equipados. Pero el desafío es complejo. No es solo un tema de ingeniería; es un ejercicio de sociología y medicina preventiva. La participación activa de los vecinos, la coordinación interinstitucional entre ministerios como el de Vivienda y el de Salud Pública, y la sostenibilidad de los proyectos a largo plazo son cruciales.
Mirando hacia el futuro, las proyecciones para los próximos cinco a diez años en Uruguay son claras: la urbanización integral debe escalar. Necesitamos integrar estas iniciativas con políticas de vivienda, empleo y educación, creando un ecosistema de bienestar. Se espera que la digitalización y el monitoreo de datos de salud en estas zonas urbanizadas permitan una evaluación más precisa del impacto, ajustando las intervenciones en tiempo real. Además, la experiencia internacional nos ofrece valiosas lecciones. Modelos como el programa ‘Barrio Mejorado’ de Brasil, o las estrategias de ‘ciudades saludables’ promovidas por la OMS en Europa, donde se enfatiza la planificación urbana para la reducción de la contaminación y la promoción de estilos de vida activos, sirven de inspiración. Nos demuestran que una inversión robusta hoy en infraestructura inteligente y centrada en las personas, es un ahorro inmenso mañana en costos de salud y un incremento invaluable en la calidad de vida de nuestra gente. Esto no es solo construir; es curar la ciudad desde sus cimientos.