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Hormigón Al Desnudo: La Polarización del Brutalismo y su Relectura en el Siglo XXI

10/09/2025 l Interés General

Un reporte sectorial desde Arquitecturar que desvela las aristas de un estilo que, de Buenos Aires a Londres, sigue generando encendidas discusiones sobre estética, función y legado.
Hormigón Al Desnudo: La Polarización del Brutalismo y su Relectura en el Siglo XXI


           

Desde mediados del siglo XX, las ciudades de nuestro planeta han visto erigirse monumentos de una estética contundente, donde la materialidad del hormigón se revela sin artificios ni disimulos. Esta declaración arquitectónica, conocida como Brutalismo, se ha forjado una reputación ambivalente: venerada por su honestidad estructural y su impronta social, pero a menudo vilipendiada por su percepción de frialdad o gigantismo. En el 2025, mientras Argentina y el mundo sopesan su patrimonio edificado, comprender la esencia del brutalismo no es solo un viaje a sus orígenes, sino una inmersión en un debate vibrante que resuena en la planificación urbana y en la sensibilidad de sus habitantes.
El término ‘Brutalismo’ deriva del francés ‘béton brut’ (hormigón crudo), popularizado por Le Corbusier en su icónica Unité d’Habitation en Marsella (1952), aunque sus raíces conceptuales se atribuyen a los arquitectos británicos Alison y Peter Smithson. Surgido en la posguerra, este movimiento abrazó la economía de medios y la funcionalidad, priorizando la estructura y la honestidad de los materiales. Edificios brutalistas se caracterizan por su masividad, formas geométricas repetitivas, y el uso predominante de hormigón a la vista, que a menudo muestra las marcas del encofrado. Su filosofía inicial, cargada de un espíritu utópico, buscaba crear espacios públicos democráticos y viviendas accesibles, reflejando una preocupación por la función social de la arquitectura.

Hormigón Al Desnudo: La Polarización del Brutalismo y su Relectura en el Siglo XXI


           

Sin embargo, es precisamente esta audaz materialidad y escala lo que lo convierte en un foco inagotable de debate. Sus defensores celebran la autenticidad del hormigón, su durabilidad y la poderosa expresión escultórica que trasciende lo meramente funcional. Para ellos, estas edificaciones encarnan una declaración ética sobre la transparencia del proceso constructivo. En contraste, sus detractores lo asocian con estructuras impersonales, opresivas y, en ocasiones, con una falta de adecuación al entorno urbano. La percepción pública a menudo se ve afectada por el mal mantenimiento que muchos de estos edificios han sufrido, lo que contribuye a una imagen de deterioro y abandono.
A nivel internacional, el brutalismo ha dejado una huella imborrable. Desde la Barbican Estate en Londres, un complejo residencial cultural de una escala impresionante, hasta la Geisel Library en San Diego, EE. UU., o el Habitat 67 en Montreal, Canadá, estos proyectos desafiaron las convenciones. Estudios recientes, como los de Docomomo International, muestran una creciente polarización: mientras que aproximadamente un 15% de las obras brutalistas emblemáticas en Europa y Norteamérica han enfrentado demoliciones o modificaciones significativas en las últimas dos décadas debido a la presión inmobiliaria o al rechazo popular, un número creciente de organizaciones y comunidades lucha por su preservación y revalorización, evidenciando una curva de interés ascendente entre arquitectos jóvenes y entusiastas del patrimonio.
En Argentina, la influencia brutalista fue profunda, especialmente entre las décadas de 1960 y 1980. La obra del icónico Clorindo Testa – como el imponente Banco de Londres y América del Sur (hoy Banco Hipotecario) en Buenos Aires, o la Biblioteca Nacional Mariano Moreno – son ejemplos paradigmáticos que, lejos de pasar desapercibidos, han provocado desde su inauguración un sinfín de discusiones. Estas estructuras, junto a numerosos edificios universitarios y complejos habitacionales, no solo marcaron una época de modernización sino que plantearon interrogantes sobre la identidad urbana y la relación del hormigón con el paisaje rioplatense.
Mirando hacia el futuro, el brutalismo se perfila no solo como un capítulo histórico, sino como un laboratorio de ideas. La presión por la sostenibilidad exige reconsiderar la demolición de estas estructuras, dada la energía incorporada en su construcción. La ‘reapropiación brutalista’, un movimiento global, busca la adaptación y la revalorización, transformando estos edificios en galerías de arte, espacios de coworking o viviendas de alta gama. Esta tendencia sugiere que el debate no se centra en si el brutalismo es ‘bueno’ o ‘malo’, sino en cómo podemos dialogar con su legado, integrarlo en el tejido urbano contemporáneo y redefinir su función, abriendo un camino para una arquitectura que, a pesar de su aparente rigidez, demuestre una flexibilidad sorprendente en el tiempo.

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