
El brutalismo, término acuñado a mediados del siglo XX, se deriva del francés ‘béton brut’ (hormigón crudo) y fue popularizado por la obra de Le Corbusier. Surgió en un contexto de reconstrucción post-bélica, donde la necesidad de edificios funcionales, económicos y duraderos impulsó el uso de materiales industriales en su estado más puro. Sus principios se basan en la honestidad estructural, exhibiendo los materiales tal como son, sin adornos superfluos. Se caracteriza por la preponderancia del hormigón armado visto, que no solo constituye la estructura sino también la fachada y el acabado interior, a menudo con las marcas de los encofrados visibles. La escala monumental, las formas geométricas robustas y una estética que prioriza la función sobre la ornamentación son sus sellos distintivos. Este estilo buscaba generar espacios con un fuerte carácter, que reflejaran la solidez y la permanencia, ideales para edificios públicos, institucionales y de infraestructura pesada. A pesar de las críticas por su aparente frialdad o rigidez, su robustez intrínseca y su capacidad para construir rápidamente grandes volúmenes lo hicieron prevalecer en proyectos de envergadura global.
A nivel global, hemos sido testigos de una revalorización del brutalismo. Lo que antes fue tildado de ‘monstruoso’ o ‘inhumano’ por algunos, hoy es reconocido como patrimonio cultural, apreciado por su audacia estética, su solidez ingenieril y su valor histórico. Instituciones como el Barbican Estate en Londres o la Geisel Library en San Diego, son ejemplos de cómo la arquitectura brutalista ha logrado trascender sus críticas iniciales para convertirse en iconos. Esta revalorización no es meramente estética; a corto plazo, las proyecciones en el ámbito de la infraestructura señalan oportunidades significativas para Uruguay. La robustez y durabilidad inherentes a las construcciones brutalistas las hacen candidatas ideales para proyectos de rehabilitación y adaptación. Enfocarse en la mejora de su eficiencia energética, la optimización de sus sistemas interiores y la incorporación de tecnologías constructivas contemporáneas para su mantenimiento, puede extender su vida útil y mejorar su funcionalidad sin comprometer su esencia. Desde una perspectiva de infraestructura, estos edificios representan activos de gran valía. Su capacidad para soportar el paso del tiempo y resistir el desgaste los posiciona como elementos estratégicos en el desarrollo urbano. La tarea para 2025 y más allá será gestionar su legado, no solo preservando su valor arquitectónico, sino también potenciando su rol como componentes funcionales y resilientes de nuestra infraestructura, adaptándolos a las demandas de un futuro que valora la solidez y la eficiencia a largo plazo.