
Adicionalmente, la integración de corredores de biodiversidad y humedales urbanos no solo potencia la resiliencia ecológica, sino que también incrementa el valor de mercado de las propiedades. Un informe del Urban Land Institute (ULI) de 2024 subraya que inmuebles adyacentes a espacios verdes bien diseñados experimentan un aumento del 5% al 15% en su valor de venta y alquiler. Esta apreciación no solo se debe al atractivo estético, sino también a la provisión de servicios ecosistémicos cuantificables, como la purificación del aire y el agua, el secuestro de carbono y la mejora de la salud pública, lo que se traduce en menores costos sanitarios y mayor productividad laboral. La inversión inicial, si bien puede ser superior a las soluciones convencionales, se amortiza rápidamente por la reducción de pasivos ambientales y la capitalización de beneficios colaterales.
Las políticas públicas a nivel global están comenzando a reflejar esta realidad financiera. Programas de incentivos fiscales para el desarrollo de techos verdes en Berlín, bonificaciones por la implementación de sistemas de drenaje sostenible en Portland (Oregón), y la creciente exigencia de estudios de impacto ambiental que valoren los servicios ecosistémicos en proyectos urbanísticos en Singapur, son ejemplos de cómo la valoración económica de la biodiversidad y el drenaje natural está siendo integrada en la planificación y financiación de proyectos. Para los desarrolladores y constructores, la adopción proactiva de estas estrategias no es solo una declaración de principios ambientales, sino una estrategia financiera prudente que optimiza el perfil de riesgo-retorno y asegura la viabilidad a largo plazo de sus inversiones en un contexto de creciente incertidumbre climática.