
09/09/2025 l Interés General
Desde los palafitos de Chiloé que desafían la marea, hasta las casonas coloniales de adobe y teja, el continente ha sido testigo de la convivencia y evolución de estas dos grandes familias de materiales. La madera, abundante en vastas regiones, fue el primer refugio, moldeada por manos indígenas y luego por colonos que traían sus propias técnicas. Hablar de madera es evocar la flexibilidad de adaptarse al entorno, la rapidez de construir frente a la urgencia y, para muchos, una conexión íntima con la naturaleza. Históricamente, en algunos estratos sociales, la casa de madera pudo ser percibida como ‘transitoria’ o ‘menos robusta’, una idea que la modernidad y las técnicas constructivas avanzadas han desdibujado, pero cuya sombra aún persiste en el imaginario colectivo de algunos sectores.
Pero la elección va más allá de mitos y percepciones. Es también una cuestión social. ¿Qué tipo de vivienda puede responder mejor a la crisis habitacional? ¿Qué material permite una autoconstrucción más accesible o una industrialización que baje costos sin sacrificar calidad y bienestar? La madera laminada, la prefabricación modular, las nuevas aleaciones en el hormigón, todos nos empujan a repensar estas viejas dicotomías. Al final, más que una batalla de materiales, estamos ante una conversación profunda sobre el futuro de nuestros hogares, donde la funcionalidad, la estética, la resiliencia y, sobre todo, el significado de habitar, se entremezclan en una danza ancestral y siempre actual.