
07/09/2025 l Tendencias
Hagamos una comparación brutal. Mientras en países como Alemania o Japón, los incentivos estatales y un poder adquisitivo elevado permiten que una parte de la población invierta en estas soluciones, transformando barrios enteros en zonas de ‘energía casi cero’, ¿qué pasa en Argentina, o en buena parte de Latinoamérica y África? Aquí, la inversión inicial para equipar un edificio o incluso una vivienda unifamiliar con un sistema de autosuficiencia energética completo es, sencillamente, una locura para el ciudadano de a pie. Hablamos de miles, a veces cientos de miles de dólares que se trasladan directamente al precio final de la propiedad.
¿El resultado? Tenemos un puñado de edificios ‘inteligentes’ y ‘verdes’ en los barrios más exclusivos de Buenos Aires, Medellín o Ciudad de México, que celebran su ‘independencia’ mientras el resto de la población sigue atada a una red eléctrica obsoleta, vulnerable y con tarifas que no paran de subir. Esta tendencia no está democratizando la energía; la está privatizando y elitizando. Para el 2030, si no se produce un cambio drástico en las políticas públicas y los modelos de financiación, proyectamos que la brecha energética se convertirá en un abismo, creando ciudades divididas entre los ‘energéticamente libres’ y los ‘energéticamente dependientes’, con todos los conflictos sociales que eso puede acarrear. La promesa de un futuro brillante y autosuficiente podría ser, en realidad, el origen de una desigualdad energética sin precedentes, donde la capacidad de encender una luz se convierte en un lujo más.