
El desafío para los municipios y las constructoras es dejar de pensar en el menor costo inicial y empezar a proyectar el mayor valor a largo plazo. Estamos hablando de integrar tendencias de diseño que ya son estándar en otras latitudes: desde la biofilia y la integración con elementos naturales, hasta la incorporación de tecnología discreta para juegos interactivos o experiencias de realidad aumentada que complementen lo físico. La accesibilidad universal ya no es una ‘opción’, es un pilar fundamental que, además de ser ético, amplía el público objetivo y el valor de uso del espacio. Pensar en materiales duraderos, de bajo mantenimiento y preferentemente locales, no solo es ‘verde’, sino inteligentemente comercial a largo plazo. Además, hay una gran oportunidad en los modelos de asociación público-privada (PPP): constructoras o desarrolladoras que ‘adopten’ o co-financien parques a cambio de visibilidad, exenciones o beneficios urbanísticos. Es un ‘win-win’ que en Argentina aún no explotamos a pleno y que podría destrabar muchísimas obras.
Mirando a 2035, el parque infantil será un micro-ecosistema urbano. Un punto de encuentro digital y físico, co-diseñado con la comunidad y financiado con modelos híbridos. La Argentina tiene la chance de ser líder en la región en esta movida, pero solo si las licitaciones públicas y los proyectos privados empiezan a exigir este nivel de visión. ¿Estamos listos para dar el salto y ver el potencial de negocio que estos espacios ofrecen, o seguiremos conformándonos con el ‘más de lo mismo’ que ya nadie quiere?